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Eritrea: de la independencia al aislamiento

En el cuerno de África, entre Sudán, Etiopia e Yibuti se encuentra una de las peores dictaduras militares del mundo: la de Issaias Afewerki. Con una superficie de 121 320 km², Eritrea cuenta con casi 6 millones de habitantes de confesión o bien cristiana o musulmana. Asmara, la capital, concentra 10% de la población. La situación económica deplorable lo sitúa en la décima posición de la clasificación de los países menos productivos del mundo. Peor aún es su situación liberticida, que conduce a Eritrea a la apelación: Corea del Norte de África. Apelación que lleva un sentido que pesa mucho para un país del que se habla tan poco. En lo alto del poder eritreo, Issaias Afewerki, exguerrillero, líder de la revolución y hoy en día jefe de guerra, dirige el país con mano de acero desde más de 20 años.



Hoy, Eritrea es un país independiente. No siempre ha sido así. Al sacrificio de un pueblo y a 30 años de conflictos ha sucedido la esperanza de días mejores. Independientes. Democráticos. Libres.


El 11 de septiembre de 1952, Eritrea se encuentra oficialmente federada a Etiopia. Diez años más tarde, el 14 de noviembre de 1962, se convierte en una provincia etíope. Movimientos independentistas ven la luz: se crea el Frente para la Liberación de Eritrea (FLE) en septiembre 1961, que reivindicara ocho años más tarde el atentado contra la compañía “Ethiopian Airlines”. Pero será el Frente Popular para la Liberación de Eritrea (FPLE), que nace de una escisión en el FLE, quien llegará a hacer de Eritrea una nación independiente. Dicho movimiento, fundado en 1972, se adueña de Asmara el 24 de mayo de 1991 y así pone fin a la guerra y en marcha el mecanismo de la independencia. Después de un referéndum de autodeterminación, marcado por la aplastante victoria del sí con 99,8% de los votos, Issaias Afewerki es elegido presidente de la Republica de Eritrea. Su partido, el victorioso FPLE, accede al poder –y no saldrá nunca, ni bajo su nuevo acrónimo FPDJ (Frente Popular por la Democracia y la Justicia). El 24 de mayo de 1993 la independencia de Eritrea es proclamada.


Independencia, guerra y opresión.


Los ideales revolucionarios y el deseo de democracia duraron poco en un nuevo país apoderado por la euforia naciente. Ese sueño de una democracia y de un país abierto al exterior se vería en peligro por una represión sangrienta en contra de una oposición reformista que reclamaba sus derechos. Los abusos del ejército se multiplican y la respuesta del Estado se traduce por la instauración de un servicio militar obligatorio de 18 meses para hombres y mujeres. La constitución, ratificada en 1997 que expone como principios fundamentales “la democracia, la justicia social y el estado de derecho”, nunca ha sido aplicada. Rápidamente, Eritrea se alza en el rango de los regímenes más represivos y más pobres del mundo.


Las tensiones fronterizas cada vez más vivas con Etiopia dan lugar a una nueva guerra durante 1998 y 2000 llamada “guerra de las fronteras”. La causa del conflicto es la intrusión de soldados eritreos en la región de Badme que estaba bajo control etíope. La disputa permitiría al gobierno eritreo entablar un discurso victimista frente a sus relaciones exteriores, e imponer un servicio militar de duración indeterminada. Las deserciones son fuertemente reprimidas. Esto marca el comienzo de una era sombría para una Eritrea de la que Issaias Afeworki se ha apropiado.


Tras los numerosos rechazos en lo concerniente a planes de paz, las tensiones siguen siendo intensas entre los países que no se entienden en cuanto a las condiciones por una paz durable y sostenible. Esta guerra que describe la megalomanía y el espíritu vengativo de Issaias Afewerki entierra el país en un afrontamiento desastroso. El balance es costoso: además de los cientos de millones de euros, Eritrea acusa la pérdida de unos diez mil hombres. Aunque nunca había tenido verdaderamente el apoyo de la comunidad internacional, en ese momento la ruptura esta consumida. Pocas son las ganancias, aparte de una ligera modificación en las fronteras. Débil consuelo para un pueblo moribundo.


Tras el conflicto el país se encuentra solo y desamparado. La posición de la comunidad internacional en favor de Etiopia injustificada convenció a Eritrea a renunciar de seducir a los occidentales así como de acercarse de los demás países. Así pues, el país queda abandonado a su triste destino por la comunidad internacional. El mito de la autosuficiencia y la difícil reconstrucción de un país en ruinas aíslan a un país que bajo las riendas de Issaias Afewerki rehúsa todo tipo de ayuda internacional. La política oficial del país bloquea el apoyo humanitario tanto de las ONG como de la ONU. No obstante la hipocresía del dictador le conduce a aceptar financiación proveniente de China y de Qatar. Además de participar a la financiación del presupuesto del gobierno eritreo, le suministraba armas y petróleo.


Amigo, aliado y hasta antiguo “caniche de Gadafi” según la oposición al gobierno, Afewerki se ve cada vez más solo y aislado. El año 2001 está marcado por el endurecimiento del régimen. En julio estalla una revolución estudiante que reclamaba más libertades. Esto se soldó con 2000 estudiantes encarcelados y conducidos a campos de trabajos forzados. Y hay sitio de sobra puesto que el país cuenta con 314.


El 11 de septiembre de 2001, mientras que el mundo observa atónito el terrible atentado que acaba de ocurrir en Estados Unidos, Afewerki aprovecha el momento para reforzar su sistema represivo. El año 2001 apaga toda pequeña centella de libertad que podía existir en Eritrea. Se prohíben los partidos políticos. Se eliminan los periódicos libres. Solo el Islam sunita, las iglesias ortodoxas, católica y luterana son autorizadas. Desde arrestos hasta ejecuciones, pasando por torturas y desapariciones forzadas, el movimiento represivo es inaudito para todo aquél que haya manifestado su descontento. En tal movimiento, Afewerki erradica la libertad de prensa, libertad de expresión, libertad de religión y con ellas una democracia tan deseada por el pueblo eritreo. Desde 2001, Eritrea se encuentra en el último lugar del ranking anual de libertad de prensa de Reporteros Sin Fronteras, después de Corea del Norte. El único medio de información autorizado hoy en día está a manos del gobierno de Asmara, que paga a sus funcionarios para hacer propaganda del régimen. Prisioneros en su propio país, los eritreos han de procurarse visados para ir de una ciudad a otra, paradójicamente a la zona de libre-comercio de Massawa.


A partir de este momento, la situación en Eritrea se tornara cada día más hacia el desastre para el pueblo, tanto en el marco moral como económico.


Una economía en fase de hundimiento.


En un país donde 70% de la población que saca sus ingresos de la agricultura, que en 2012 representaba 16,9% del PIB (según la división de estadística de la ONU), la repartición del trabajo desigual tiene un impacto en el nivel de vida. A ello se suma un clima inestable que en el cuerno de África es propicio a sequias que propician malas cosechas, lo que conlleva a reducir los ingresos de los eritreos. La importancia de la agricultura en los ingresos y el clima inestable explican en parte la irregularidad del crecimiento del país. Los numerosos recursos marítimos de los que dispone Eritrea forman una ventaja para su economía. Hoy en día, las grandes inversiones en este sector sobre todo en términos de infraestructura, podrían abrir una vía hacia potenciales beneficios económicos que tanto necesitaría Eritrea.


La dificultad de sacar provecho del sector agrícola y la dependencia de la población en los recursos naturales acarrean el desarrollo del sector minero. Y en las minas de Eritrea, los Derechos Humanos no existen. La explotación de recursos tales como oro, zinc o cobre por el gran “Proyecto Asmara” con el objetivo de incitar a los inversores locales así como extranjeros a aumentar sus inversiones. Inversiones en un sector que va de la mano de la explotación humana. Si es posible este desarrollo económico, se hace en detrimento de la población. Tras el largo y doloroso servicio militar, los eritreos son enviados a campos de trabajos forzados con el fin de permitir a Afewerki realizar sus grandes proyectos de infraestructura, por ejemplo de desarrollo de carreteras.


Inestabilidad permanente, conflictos crecientes y sanciones.


Consciente de la huida de gran parte de la población, Issaias Afewerki impone un impuesto sobre la renta a la diáspora eritrea. Agentes del régimen apodados por la oposición “los mosquitos” son enviados por los países para delatar e informar a la dictadura. El Consejo de Seguridad de la ONU denunciando esta medida del estado eritreo a alentado a sus miembros a bloquear ese impuesto sobre la renta. A finales de 2011, la ONU recurrió a las sanciones por la presunta implicación de Eritrea en acciones de estabilización en los países del Cuerno de África durante los últimos años.


Primero, un proyecto yemenita de complejo turístico y hotelero en la isla de la Gran Hānīsh hace estallar un conflicto. Eritrea reacciona rápidamente reclamando la soberanía de la isla y enviando sus tropas. El 15 de diciembre de 1995 los soldados lanzan una ofensiva mientras las tropas yemenitas desembarcaban con las armas aun empaquetadas. El ataque se soldó con 54 muertes yemenitas y 12 eritreas, más 195 prisioneros llevados a Eritrea. ¿Pero por qué tal disputa por unas islas “olvidadas” tras la descolonización? Fondos potencialmente ricos en hidrocarburos parecen ser la verdadera razón. Inexplotados en la época, esos fondos suscitaron codicia… en vano. Ahora la Gran Hānīsh no es más que un complejo hotelero.


Conflictos menores en 1996 y en 1999 contribuyeron a la subida en tensión entre Eritrea e Yibuti, que se tradujeron por una guerra de tres días en junio de 2008. En febrero del mismo año, el ejército eritreo inicio unos trabajos de excavación en la zona fronteriza de Ras Doumeira. Zona por la que transita la mitad del petróleo importado de Europa. El negar el conocimiento de ese dato no permitió a Eritrea escapar a las sanciones de la ONU. No obstante, solo gracias a la mediación de Qatar se retiran las tropas eritreas en 2011.


Durante los años 90, Asmara fue una ciudad clave para la oposición del régimen sudanés de Osman el Bechir. La instalación de la Alianza Nacional Democrática con el fin de organizar su lucha, en el seno de la antigua embajada sudanesa atestigua la injerencia del régimen de Afewerki en los asuntos vecinos. Las relaciones se rompen en 2002, al acusar Sudan a Eritrea que apoyaba a los rebeldes. Hoy, Eritrea reconoce a Sudan del Sur y se propone como mediador para mantener el frágil equilibrio de la región (“Protocolo de Khartum” y flujo de refugiados eritreos en Sudan). Las supuestas acciones desestabilización por medio de financiamiento a grupos rebeldes amenazaban la paz. Por eso, la ONU incitó a Eritrea a mostrar más transparencia en sus finanzas públicas.



Estos conflictos perpetuos hunden una economía ya bastante débil de por sí. La situación democrática deplorable debida a un régimen represivo y opresivo violento conduce al país a un aislamiento constante frente al resto del mundo. Todos estos elementos tienen como consecuencia un éxodo sin precedentes que deteriora la situación de los eritreos en el mundo, que sea en Libia, en Sudan, en Egipto (particularmente en el Sinaí) así como en Europa.


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