top of page

Irak: tras Mosul, los peligros del posconflicto

El gobierno iraquí anunció el pasado domingo la victoria sobre el Estado Islámico (EI) en la batalla de Mosul. Este acontecimiento no es más que el principio de una larga serie de problemas que quedan por resolver. Recordemos primero las raíces así cómo la evolución del conflicto para poner en perspectiva el complicado futuro que le espera al país.

 

Raíces del conflicto:

El estado iraquí en su forma actual nació de los acuerdos Sykes-Picot, que unió tres provincias de la antigua administración otomana en un Estado moderno a imagen y semejanza del modelo occidental. El nuevo país reunía en su seno a kurdos, sunníes, chiíes y otras minorías iniciando una serie de rivalidades y enfrentamientos por el control del nuevo ente político: Irak.

Un antecedente más cercano al conflicto es la dictadura que instauró Sadam Hussein desde que llegó al poder en 1979 desde el partido Baath, que llevaba dirigiendo el país desde 1968. Su carácter nacionalista árabe lo llevó a reforzar la unidad nacional con episodios cómo la guerra con Irán o la invasión de Kuwait, pero sobre todo impuso la supremacía de la comunidad sunní sobre las demás. La represión hacia las otras comunidades dio lugar a actos extremadamente violentos como el ataque aéreo con gas mostaza y nervioso a la ciudad kurda de Halabja en 1988.

Paralelamente, los episodios bélicos y las sanciones internacionales llevaron al empobrecimiento de la población. En 1991, tras la invasión de Kuwait, una coalición internacional dirigida por Bush padre derrotaba al ejército iraquí tras meses de bombardeos y maniobras terrestres. Husein logró salvar su gobierno, pero las sanciones impuestas por la ONU afectaron gravemente a la calidad de vida de los iraquíes, ya mermada por la guerra. Esto aceleró el descontento de los no afines al régimen. Mientras tanto, el clan del dictador disfrutaba de la explotación de los recursos del país.

Otro antecedente esencial es, obviamente, la invasión americana que comenzó el 20 de marzo de 2003. Tras el atentado de las torres gemelas, Bush hijo acusaba al régimen de Sadam de colaborar con Bin Laden y disimular armas de destrucción masiva. Acusaciones falsas, dicho sea. La resistencia del propio régimen a las fuerzas militares principalmente americanas dio lugar a una intensa insurgencia que creaba el entorno ideal para la aparición del yihadismo. La guerra de Irak provocó un efecto de llamada hacia otros simpatizantes para derrotar a Estados Unidos en Mesopotamia. Y así, la alianza de los yihadistas de otros países y expoliados del partido Baath dio lugar al surgimiento del movimiento yihadista internacional en Irak.

Al margen de la polémica que rodea a la invasión, la guerra de Irak se saldó con la destrucción de las principales estructuras de poder como el ejército, las fuerzas de seguridad, la administración o la justicia. En vez de reconducir las instituciones tras la dictadura, estas fueron desmanteladas. En la práctica, no fueron sustituidas por nada, dejando así un vacío que allanó el camino a la guerra civil.

La venganza de los oprimidos no se hizo esperar: los kurdos se vieron recompensados con un grado de autonomía sin precedentes y los chiíes con las llaves del país mientras que las gobernaciones de mayoría sunní votaban masivamente en contra de la Constitución de 2005. Las nuevas autoridades surgidas tras la instauración de un régimen democrático bajo la tutela de Estados Unidos llevaron a cabo un proceso de “desbaazification”. También tuvo lugar una limpieza de los afines al régimen de Sadam en las instituciones. El problema fue que ni el gobierno de Al Maliki ni el posterior de Al Abadi supieron gobernar para todos los iraquíes.

De hecho, a finales de los años 2000’ fueron los clanes sunníes quienes echaron a las fuerzas de Al Qaeda de las ciudades de la provincia de Al Anbar, motivados por la promesa de Al-Maliki de otorgarles mayores privilegios y un mejor reparto de poder. No obstante, las promesas no se quedaron más que en eso: promesas. La comunidad sunní se vio asimismo privada de influencia política, con tasas de desempleo superiores al 18% (y al 30% para los jóvenes) y con ciudades como Faluya con un 20% de la población viviendo en la extrema pobreza. Tras varios intentos de protestas pacíficas como las sentadas de Ramadi, muchos clanes de la comunidad sunní decidieron tomar las armas para defender sus intereses ante la respuesta represiva del gobierno.

Todos contra Daesh:

Con las tropas americanas fuera, la débil y caótica situación del país favoreció el surgimiento y expansión del autoproclamado Estado Islámico (EI) que comenzó con grandes victorias. Sin embargo su efímero apogeo ha tocado fondo cuando la estrategia adoptaba por la oposición ha comenzado a funcionar. Esta radica en tres elementos esenciales.

En primer lugar, la coalición internacional contaba con países árabes desde su creación en septiembre de 2014, aunque su apoyo ha sido casi únicamente político en la práctica. Con esto se pretendía desmontar el argumento de propaganda del EI que consistía en describir el conflicto como una guerra entre “cruzados” y musulmanes.

Otro punto de la estrategia ha consistido en ataques aéreos cuyo objetivo era la degradación de las capacidades económicas, organizativas y operativas del EI. Si al principio eran poco efectivos, el incremento de las acciones terrestres por parte de los actores in situ a lo largo de 2016 permitió identificar mayor número de objetivos y aumentar la efectividad de la aviación.

Finalmente, el tercer aspecto es el que originará problemas en el futuro inminente y ha consistido en el entrenamiento y apoyo a las fuerzas militares iraquíes y otros grupos armados locales. Financiados, armados, asesorados y entrenados por las potencias occidentales y regionales, estos grupos con intereses divergentes salen reforzados del conflicto. El reto de evitar una nueva guerra entre actores internos será de talla. Así pues, la lucha común contra el EI se ha visto perturbada por episodios de violencia entre comunidades adversarias. De hecho, no pocos iraquíes perciben los desmanes de las milicias progubernamentales equiparables a los del propio Estado Islámico. En este sentido queda constancia de las acusaciones de ciudadanos sunníes iraquíes contra las milicias chiíes que participaron en la liberación de Ramadi o Faluya. Las rencillas son frecuentes entre milicias teóricamente aliadas y suelen tener como causa la delimitación de sus respectivas áreas de influencia en el Irak postconflicto.

Kurdos y chiíes ven en el conflicto una oportunidad para ampliar su control territorial y expandirse a costa de sus vecinos. La histórica reivindicación kurda de un Estado propio y el rechazo de las milicias chiíes de una intromisión extranjera en la posguerra harán de la futura estabilidad iraquí una cuestión peliaguda.

Un conflicto internacional:

Tras la retirada de sus fuerzas armadas en 2011, Estados Unidos volvió a injerir en Irak acudiendo a la llamada de Al Maliki tras haber protagonizado una debacle militar y la cesión de buena parte del territorio al Daesh. La implicación estadounidense consistió en apoyar a Bagdad y a las milicias kurdas sobre todo. Recientemente, Washington también se ha involucrado en acciones terrestres para una mayor coordinación con su aviación militar.

La injerencia iraní se basa en su voluntad de mantener y fortalecer su esfera de influencia en la región para afirmarse como líder frente a Arabia Saudí. Para ello su estrategia consiste en apoyar tanto a las milicias chiíes iraquíes como al régimen sirio en el país vecino.

Más allá de sus graves problemas internos, Turquía ha está viendo como la causa nacional kurda sale reforzada del conflicto. Tanto los peshmergas como el YPG sirio salen fortalecidos, haciendo de la cuestión kurda un problema mayor para Erdogan.

Rusia se ha implicado de manera activa en Siria luchando contra el EI y otras facciones rebeldes. No obstante, los ataques rusos han provocado han hecho mella en el EI, participando así a su desgaste también en Irak. Se puede calificar la influencia rusa en Irak como indirecta, sobre todo porque se ha llevado a cabo a través de Irán.

Los países árabes han participado principalmente con un apoyo político esencial. La complejidad de sus relaciones impide una mayor implicación militar. Por otro lado, la acogida de refugiados por los países del golfo ha sido muy limitada.

En cuanto a la Unión Europea, esta se ha visto una vez más con el agua sobre la garganta, incapaz de hablar de una sola voz y con una grave crisis humanitaria en sus fronteras. No obstante, su implicación podría ir a más en los próximos meses en los temas relacionados con la justicia internacional.

Tras el fin del conflicto, todos los actores implicados querrán un trozo del pastel, ¿cómo conjugar entonces los distintos intereses de las potencias implicadas?

Perspectivas: ¿la luz al final del túnel?

Varios factores dan a pensar que la luz está lejana todavía.

En primer lugar, encontrar un equilibrio en el poder de las comunidades será crucial. Proteger y dar voz a la comunidad sunní será una necesidad para la estabilidad del país. Resolver las disputas por el petróleo o el control de algunas zonas fronterizas no será tarea fácil. El Kurdistán iraquí ha salido reforzado del conflicto e incluso ha tomado posesión de algunas ciudades que reclamaba como Kirkuk, que cuenta con grandes pozos petrolíferos. Por si fuera poco, el propio Kurdistán iraquí está políticamente dividido, unos favorables a la independencia absoluta y a mantener buenas relaciones con Turquía, y otros contrarios.

Además, que el EI desaparezca no significa que una insurgencia sunní no vaya a subsistir. La derrota militar del EI en Irak no significa su extinción en el país. Los combatientes que sobrevivan seguirán luchando en la clandestinidad, aunque sea bajo otro nombre, junto a clanes sunníes que les sean favorables. Los integristas del Daesh crearon un intento de Estado que trataba de solucionar los problemas locales ignorados por Bagdad como repartición de alimentos, seguridad, sistema judicial… Todo esto invitando a la población sunní a participar. También daba una razón de ser a varias generaciones de jóvenes que habían crecido entre escombros y bombardeos, reclutándolos y ofreciéndoles reconocimiento.

Hoy, las ciudades que han sido liberadas en realidad han sido destruidas. Ciudades históricas. Las poblaciones se han visto obligadas a vagar de un sitio a otro, sin hogar. El vacío que ocupaba el EI en esas ciudades tendrá que ser ocupado por otro actor capaz de satisfacer las necesidades básicas de la población. Mientras que el gobierno no responda a la profunda problemática política y social, es muy probable que la paz en Irak tenga que esperar y que se vuelva al escenario de guerra asimétrica que se vivía desde 2006.

Si hay alguna manera de evitar que esto suceda, es crucial que la repartición del poder en el Irak posconflicto sea equilibrada y se superen los ánimos vengativos entre comunidades. Ciertamente eso sería lo ideal: la integración política y económica de la minoría sunní. Pero en la práctica será complicado. Los errores ya están hechos, y corregirlos será muy difícil. En diciembre de 2016, por ejemplo, una ley del parlamento iraquí integraba a las milicias chiíes en el ejército nacional con todos los privilegios que a ello corresponde, a pesar de su histórica violencia anti-sunní y sus vínculos con Irán.

¿Cómo unificar el país incluyendo en el bando nacional milicias que han cometido las mismas exacciones que el EI y que figuran en listas terroristas de varios países? ¿Cómo van los opositores a aceptar la paz si el problema que hizo estallar la guerra sigue latente? Amplificando la escisión el problema no hará más que agravarse y las próximas guerras podrían ser peores ya que los distintos grupos armados salen reforzados del conflicto actual.

Por lo demás, para lograr un grado mínimo de cohesión en el país hará falta reconstruir ciudades e infraestructuras, sobre todo en la provincia de Al Ansar, y eso requiere un ingente esfuerzo económico que Irak difícilmente se puede permitir. La situación económica es muy débil principalmente a causa del conflicto y de los bajos precios del petróleo. La corrupción también será una lacra a la hora de formar un gobierno equilibrado, así como la influencia de otras potencias, especialmente la iraní. Queda por ver si podrá sobrevivir el modelo de Estado definido en la Constitución de 2005 calcado al libanés.

Las ilusiones de unos podrían transformarse en vacuas esperanzas. Irak todavía está lejos de solventar todos sus problemas y el riesgo de que se convierta en otra Libia no puede ser ignorado.

bottom of page