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Transición energética: geopolítica de los metales raros

Los metales raros son unos metales cruciales para el siglo XXI dado que el progreso de las nuevas tecnologías depende de ellos. Materia prima fundamental en el sector de las energías renovables, de lo electrónico y lo digital, su extracción es costosa en dos sentidos: es contaminante y altamente consumidora de energía. La producción de estos codiciados tesoros está en manos de unos pocos países que ejercen un férreo control sobre sus exportaciones. La dependencia hacia esta materia y su uso interesado por los países productores son el origen de tensiones geopolíticas importantes. Por eso y dada su importancia, en los últimos años ha ido naciendo una diplomacia de los metales raros así como una búsqueda desesperada de nuevas formas de adquirirlos.

LA FALACIA DE LAS ENERGÍAS LIMPIAS

Desde que el mundo ha comprendido los desafíos a los que se enfrenta en la lucha contra el cambio climático, los políticos y medios de comunicación prometen un futuro libre de petróleo y contaminación. Ese cuento ya es sabido por todos: cuando hayamos terminado la revolución numérica y la transición energética formaremos una sociedad idílica, verde y conectada. Se parecerá al mundo de abundancia que describe el prospectivista Jeremy Rifkin en sus libros. La energía inagotable y barata que nos proporcionaran el agua, el viento o el Sol nos permitirán ser independientes a nivel individual y reducirán los costes de todos los bienes y servicios. Lo mismo hará la automatización y el Internet de los objetos nos permitirá eliminar intermediarios y bajar aún más los costes de una economía en la que ya no habrá lugar para la escasez. Así conviviremos con el modelo capitalista y el del “procomún colaborativo”. Esa es la utopía que hoy nos permite avanzar. No obstante, el camino del progreso está repleto de paradojas, y la transición del modelo energético hacia las energías renovables limpias esconde una gran contradicción, así como las nuevas tecnologías de la información.

- Metales raros: piezas fundamentales de las energías renovables

¿Qué es lo que le permite a una placa solar producir electricidad? ¿Qué hay en las palas de las turbinas eólicas? La respuesta se encuentra en unos metales que están presentes en la roca en cantidades mucho menores que el hierro, el aluminio, el cobre o el plomo. Los metales comunes llevan mezclados otros metales más raros en proporciones muy reducidas. Por ejemplo, por cada gramo de hierro hay 1200 veces menos de neodimio o 2650 veces menos de galio. Tienen nombres que pocos han oído: antimonio, germanio, cobalto, berilio, fluorita, indio, prometio, cerio, europio, samario, itrio… Algunos de ellos forman parte de las llamadas “tierras raras” que agrupan 17 elementos químicos.

Estos metales con asombrosas propiedades están presentes en la mayoría de los objetos que nos rodean como smartphones, ordenadores, altavoces, bombillas de bajo consumo, baterías de coches eléctricos e híbridos… Y si: en placas solares y turbinas eólicas también. Son necesarios para aumentar la eficiencia energética de estas estructuras. Los aerogeneradores modernos se encuentran entre los mayores consumidores de neodimio, un elemento perteneciente al grupo de las tierras raras. Algunos pueden llegar a usar hasta una tonelada de este elemento para la producción de imanes permanentes para los diversos motores. En las placas solares encontramos generalmente silicio, indio, galio o cadmio. El cadmio siendo un metal pesado que puede causar mutaciones heredables. HPQ Silicon, una empresa que produce el material necesario para la energía solar, ha calculado que la producción de un panel solar genera 70 kilos de CO2. Los paneles solares térmicos (que calientan fluidos para crear energía directamente o indirectamente con el vapor) utilizan hasta 50% más de agua por megavatio-hora (MWh) que una central de carbón.

En el caso del coche eléctrico, teniendo en cuenta todo el ciclo de vida generaría tres cuartos de las emisiones de CO2 que generaría un coche convencional. Las emisiones del coche eléctrico son mucho menores que las de un coche normal (cerca de la mitad de la fábrica al vertedero). La respuesta está en su concepción: la industrialización del coche eléctrico consume 3 a 4 veces más de energía que la de un vehículo convencional.

Este artículo no trata el tema de los metales comunes necesarios para llevar a cabo la transición energética. No obstante para tener una idea, un estudio de 2017 del banco mundial explica que las estructuras de energías limpias como la solar, la hidráulica o la eólica requieren generalmente de muchos más recursos que los sistemas de alimentación energética tradicionales de gas o carbón. Como ejemplo, las infraestructuras eólicas necesitan hasta 15 veces más de hormigón, 90 veces más de aluminio y 50 veces más de hierro, cobre y vidrio. Nos dijeron que con las energías renovables dispondríamos de fuentes de energía inagotables, ya que el Sol, el viento y las mareas tienen esa propiedad. No obstante, el material necesario para construir esas infraestructuras es finito y su extracción cada vez más costosa.

- La materialidad de lo invisible

Por otro lado, se supone que con las tecnologías de la información podremos automatizar procesos y gestionar de manera mucho más eficiente el gasto energético. Y es cierto. La contrapartida está en la contaminación que se puede atribuir a toda la economía del cloud y del big data. ¿Cuántos e-mails se envían cada día? ¿Cuántas notificaciones se mandan por minuto? ¿Y si agregamos todos los datos almacenados en la nube mantenidos por servidores que consumen electricidad las 24 horas del día? Teniendo en cuenta todo eso y más, nos encontramos con que, si el cloud fuera un país sería el quinto en cuanto a consumo de electricidad. De manera general, se estima que el sector de las TIC consume el 10% de la electricidad mundial y produce cada año 50% más de gases de efecto invernadero que el transporte aéreo mundial.

Todo esto dejando de lado el coste medioambiental de la materia prima necesaria para la fabricación de productos electrónicos. Tan solo ordenadores y móviles engullen el 19% de la producción global de paladio o el 23% de la de cobalto. Y el problema de estos metales hay que buscarlo en su extracción.

LOS DAÑOS COLATERALES EN LA EXTRACCIÓN DE METALES RAROS

- Costes medioambientales

Que la producción de los metales esenciales para un mundo más limpio sea un proceso contaminante es algo que preferimos ignorar por su inherente e incómoda contradicción. Sin embargo, hay un lugar idóneo para entender hasta qué punto la contaminación que supone la extracción de estos metales raros es un problema: China.

Allí, aproximadamente 10 000 minas (estimación debido a la presencia de minas ilegales y un mercado negro de minerales colosal) han contribuido a arruinar el medioambiente a lo largo y ancho del país. A pesar de lo que se piensa comúnmente, no todo es culpa del carbón. Ahí están las pruebas de la contaminación que genera la explotación de las tierras raras. Los productos químicos que se echan directamente a los suelos dejan la tierra sin planta alguna haciendo que, por ejemplo en Hanjiang, los ribereños huyan al quedarse sin arrozales que cultivar. Los ácidos sulfúricos y clorhídricos contaminan los ríos y fuentes de agua potable. En 2006 un lote de 60 empresas productoras de indio (un metal raro necesario en los paneles solares) vertía toneladas de productos químicos tóxicos en el rio Xiang. En 2011 unos periodistas denunciaban la destrucción de los ecosistemas del rio Ting por la actividad de una mina rica en galio (necesario en las bombillas de bajo consumo). En Ganzhou la prensa local indicaba en 2017 que los montones de residuos tóxicos de una sociedad productora de tungsteno (para las palas de las eólicas) obstruían afluentes del Yangtsé, tercer rio más largo del mundo. El refinado de estos materiales rara vez está sujeto a reglamentos ecológicos. La purificación de cada tonelada de tierras raras utiliza al menos 200 metros cúbicos de agua que se carga con ácidos y metales pesados antes de ser evacuada sin cuidados excesivos...

- Costes sanitarios

En Baotou, Mongolia Interior, se encuentra la mayor zona de producción de tierras raras del mundo: las 100 000 toneladas extraídas al año por el gigante Baogang (75% de la producción mundial) contribuyen a la prosperidad de esta aglomeración de 3 millones de habitantes. Si nos acercamos a la zona de extracción, en el pueblo de Dalahai los niveles de torio en el suelo son 36 veces más elevados que en Baotou. Sus habitantes comen y beben todo tipo de residuos que terminando provocando cáncer, hipertensión, accidentes vasculares… Tras unos tests que se hicieron a nivel nacional, el lugar se ganó el apodo de “pueblo del cáncer”. Allí, hombres de treinta años tienen el pelo blanco y algunos niños crecen sin dientes.

Y qué decir de las condiciones laborales dignas de otra época… En una mina de grafito (sobre todo para coches eléctricos) en Dongbei mujeres y hombres trabajan en una atmosfera saturada de partículas toxicas y emanaciones acidas con simples mascarillas en la boca y nariz. Lluvias acidas, campos de maíz envenenados y pozos infestados por los vertidos tóxicos de las fabricas forman parte de la cotidianidad allí, en el extremo nordeste del país.

- La deslocalización de la contaminación

Sabiendo todo esto, era impensable que Occidente asumiera la extracción de estos materiales ya que la ciudadanía jamás lo permitiría. Hubo un tiempo, empero, en que Estados Unidos lideraba la extracción de tierras raras. En el desierto de Mojave, Molycorp causó grandes daños medioambientales hasta que el coste de la necesaria modernización y el dumping social y medioambiental chino hicieron cerrar la mina de Mountain Pass en 2002. Algo parecido pasó en Francia con Rhône-Poulenc, ancestro de Solvay, que en su actividad de extracción de tierras raras vertió 10 000 toneladas de residuos radiactivos al océano desde 1947, según varias ONG. En 1994, ante la continua presión social y legal, la empresa cesó su actividad radioactiva cediéndole a China la responsabilidad del refinado. Así fue como una China sedienta de crecimiento se arrojó el monopolio de la producción de tierras raras, dispuesta a sacrificar su medioambiente y convertirse en el proveedor del limpio mundo occidental.

De vez en cuando nuestros periódicos hablan de los picos de contaminación en ciudades como Shanghái o Beijing. La transición energética es un desafío mundial, tal y como demostró la COP 21, pero es posible que occidente no esté asumiendo su parte de responsabilidad. La prensa occidental no explica que esa China sucia es la consecuencia de la deslocalización de la contaminación. Operación que el mundo occidental efectuó para limpiarse las manos sin mirar hacia ese lado del globo. Si bien la extracción de estos metales en Occidente parece impensable, el daño global al medioambiente sería menor debido a la presencia de estándares ecológicos y sociales y sobre todo porque la sociedad es más sensible a esos riesgos. Estos requisitos mínimos o la mera cultura ecológica están totalmente ausentes en muchos de los países productores como pueden ser el Congo (que satisface el 64% de la demanda mundial en cobalto en condiciones casi feudales) o Kazajistán (que cubre el 14% de las necesidades de cromo). Ya hemos hablado de China que carece de reglamentos en la materia. En los países mineros de Sudamérica la ciudadanía empieza a preocuparse y a oponerse cuando están en riesgo glaciares o salares.

 

Tecnología de la información, energías verdes, transporte y almacenamiento de electricidad, industria espacial y armamentística… nuestras necesidades en cuanto a metales raros están aumentando de manera exponencial. Dada la importancia de estos minerales en los sectores más estratégicos, cabe pensar que los conflictos del futuro ya no se libraran tanto por los hidrocarburos, sino por estos metales raros que contiene la corteza terrestre.

LA GUERRA POR LOS METALES RAROS

En el siglo XIX, Gran Bretaña asentó su poderío tecnológico, económico y militar gracias al carbón, en el siglo XX, Estados Unidos lo hizo gracias al petróleo y muy probablemente, en el siglo XXI le llegue el turno a los metales raros. De hecho, algunos expertos ya otorgan a estos metales el título de “oro del siglo XXI”. ¿Y quién dispone de la mayoría de ese nuevo “oro”? Ya lo hemos dicho, China.

Según el Mineral Commodity Summaries de la USGS, Pekín produce 44% del indio que se consume en el mundo entero, 55% del vanadio, aproximadamente el 65% de la fluorita y el grafito natural, el 71% del germanio (67% según la Comisión Europea) y 77% del antimonio. Los niveles llegan hasta el 84% para el tungsteno y el 95% para las tierras raras según la Comisión Europea. A título de comparación, la OPEP totaliza “tan solo” el 41% de la producción mundial de petróleo y tiene un gran poder para influenciar en los precios del barril. Pues eso: Oriente Medio tiene petróleo, China tiene tierras raras.

- El arma del metal

Y cuando China supo que tenía el monopolio de unos metales tan codiciados, no tardó en aprovecharlo. Primero establecieron cupos de exportación: para las tierras raras se fijó a 65 000 toneladas en 2005 y en 2010 ya estaban a tan solo 30 000 toneladas. Lo mismo hizo con otros metales raros para los cuales tenía una proporción consecuente de la oferta mundial.

Pero el siglo XX está repleto de ejemplos de embargos de recursos estratégicos con el fin de obtener beneficios comerciales, diplomáticos o militares. En los años 1930 Estados Unidos declaró un embargo sobre el helio contra Alemania, por miedo a que lo usaran en sus famosos Zeppelin. La primera crisis del petróleo fue ocasionada por la OPEP que, en respuesta a la guerra del Yom Kipur, decretó un embargo sobre Israel y sus aliados. Cuando la Unión Soviética invadió Afganistán fue Jimmy Carter quien hizo uso del arma verde y congeló el envío de 17 millones de toneladas de cereales a su rival Brézhnev. Más recientemente la prensa internacional se ha hecho eco de las maniobras de Rusia, que usa el gas que exporta hacia Polonia o Ucrania como arma de intimidación. En septiembre de 2010 China protagonizaba el primer embargo (no oficial) de la transición energética. Por un incidente en las islas Senkakku, cuya soberanía está en disputa, Pekín dejó de exportar sus tierras raras a Japón. Toda la industria high-tech japonesa quedó en vilo hasta que seis meses después los chinos comprendieron que pronto iban a quedarse sin los bienes tecnológicos made in Japan.

- Transferencia de tecnología

El poder de chantaje que le confiere el monopolio ha permitido a Pekín hacerse con la tecnología de los países más desarrollados. Los industriales de los países desarrollados que dependían de las tierras raras se vieron en una posición delicada: mantener la actividad a riesgo de hacerlo en régimen limitado y soportar posibles pérdidas o deslocalizar las fábricas a China para beneficiarse de las condiciones ventajosas. Muchos deslocalizaron enseguida, pero para aquellos que no lograban decidirse, Pekín les reservaba un trato especial: una distorsión de los precios que llegó a un ratio de 1 a 7. Es decir, que China facilitaba los metales raros a las fabricas locales a un precio hasta siete veces inferior que el precio establecido por los mercados internacionales.

De esta forma China dejó de ser un exportador de productos primarios como son los metales raros para acapararse la producción de productos terminados o semi-manufacturados. Al final de los años 1990, Japón, Estados Unidos y Europa concentraban el 90% de la fabricación de imanes; hoy en día China controla los tres cuartos de esta producción.

- Diplomacia y metales raros

No obstante, si ahora dispone de un poder de monopolio en la producción de muchos metales raros, China no será el único proveedor del mundo debido al crecimiento de su ya fuerte demanda interna (actualmente consume tres cuartos de lo que produce). Existen yacimientos de metales raros en los cinco continentes y la creciente dependencia a ellos ha reavivado una geopolítica de la energía. Por eso Japón firma contratos de exportación de tierras raras extraídas en India, por eso Francia prospecta en Kazajistán, por eso Merkel viaja a Mongolia. Incluso China se ha puesto a financiar la construcción de una línea de ferrocarril en República democrática del Congo para desenclavar la región meridional de Katanga. Así pues, muchos países mineros deberían verse impulsados por esta carrera de los metales raros…

Pero hay algo más. Y es que China no está dispuesta a abandonar el trono de las tierras raras. Por un lado, la estrategia china consiste en romper los precios inundando el mercado con sus reservas. Así es como provocan el cierre de las minas extranjeras. También así impiden que abran nuevas minas, ya que los proyectos dejan de ser viables teniendo en cuenta la inestabilidad de los precios. Por si eso no bastara, los grupos mineros chinos se introducen en el capital de sus competidores. Es como si a Arabia Saudí no le bastara con tener unas de las mayores reservas probadas de petróleo, sino que también buscara tomar el control de las reservas de los otros 14 países de la OPEP.

Ahí está, como ejemplo, la delicada compra del industrial americano Magnequench (dedicado a la producción de imanes de tierras raras cruciales en la industria militar), que permitía a China acceder a las patentes de una tecnología necesaria para misiles de largo alcance.

- El fin de un modelo

Todos estos movimientos de China han retumbado por todo el mundo. Esto ha favorecido el resurgir de una especie de nacionalismo minero. Indonesia ha querido ir incluso más lejos creando una bolsa, Indonesian Commodity and Derivatives Exchange, para fijar el precio del estaño independientemente del diktat del mercado mundial de los metales: el London Metals Exchange.

En Nueva Caledonia, los independentistas canacos consiguieron en 1998 la mayoría de la propiedad de la fábrica del macizo del Koniambo, donde se encuentra el mayor yacimiento de níquel del mundo. En África, una industria de transformación de fosfatos empieza a ver la luz y ya produce fertilizantes para los africanos. La “African Mining Vision 2050” va en la misma dirección y pretende hacer de las minas un factor de crecimiento inclusivo con el objetivo de captar mayor valor añadido de sus recursos.

Las descritas evoluciones forman una clara tendencia que marca el fin de un modelo. Para los países en desarrollo ya no se trata simplemente de vender sus materias primas a empresas occidentales que gracias a una mejor tecnología podrán transformarlas. Ahora se trata para esos países de captar más valor añadido progresando en la cadena productiva. Así, la transformación local de los minerales beneficiará a las poblaciones autóctonas. Al fin y al cabo, este reequilibrio viene a dar a cada país su justa parte del bien común que son los recursos del suelo.

PERSPECTIVAS

- Sostenibilidad

Visto lo visto, parece que el siglo XXI será el de los metales raros. De aquí a 2050, vamos a extraer del suelo más metales que los que se han extraído hasta ahora desde el origen de la humanidad. Si, vamos a consumir más minerales durante la próxima generación que en los últimos 70 000 años. Individualmente, se ha calculado que cada persona utiliza una media de 17 gramos de tierras raras. Pronósticos hechos en 2015 advertían que de aquí a 2040 la extracción de tierras raras se multiplicaría por tres, la del cobalto por doce y la de litio por dieciséis. Estas tendencias serían las necesarias para mantener nuestros modos de vida y asegurar la transición energética.

¿Y si no hay suficientes minerales? Esto es muy poco probable ya que a medida que se vayan destinando fondos para la exploración se irán descubriendo nuevas reservas como ha pasado con el petróleo. No obstante, con la cantidad de minas en funcionamiento sí que nos enfrentaremos a penurias de varios metales raros indispensables. Según varios expertos la producción actual no crecerá tan rápido como la demanda. El calentamiento global también podría reducir considerablemente la cantidad de agua disponible para la extracción y el refinado de dichos metales.

Pero la verdadera cuestión es la de la cantidad de energía que se necesita para extraer esos metales. Concretamente se trata de la tasa de retorno energético (TRE). Antes, el equivalente a un barril de petróleo daba para extraer 100 barriles. Hoy en día, al ser los pozos menos accesibles, un barril permite sacar aproximadamente 35. Para el petróleo de esquisto o las arenas bituminosas el ratio es aproximadamente de 1 para 5. ¿Qué pasará cuando necesitemos un barril de petróleo para sacar un barril de petróleo? Esta lógica también se aplica a los minerales. La energía necesaria para la extracción del cobre en Chile ha aumentado de 50% entre 2001 y 2010 cuando la producción aumentaba de 14% solamente. Los grupos mineros extraen hoy hasta diez veces menos uranio que hace treinta años. Y esto pasa con la mayoría de los minerales. Por eso algunos expertos afirman que los límites de nuestro sistema extractivista no residen en la cantidad de minerales disponibles, sino en el coste de la energía necesaria para extraerlos. Y es que precisamente extraer metales raros requiere de una gran cantidad de energía…

Con este panorama, una opción bienvenida para hacer frente a la creciente demanda seria la del reciclaje. En vez de extraer más y más recursos de la Tierra, ser capaces de reutilizar los ya extraídos sería un gran paso adelante. Las iniciativas en la materia todavía son escasas porque aún no se ha dado con una tecnología que resulte rentable. Japón es el país que más lo investiga, sobre todo para reducir la dependencia hacia su vecino. Cabe esperar que en un futuro cercano se puedan recuperar los metales raros presentes en los dispositivos electrónicos inutilizables que muchos tenemos en algún cajón.

- Los nuevos escenarios

Antaño, usábamos aceite de ballena para encender la noche. Cuando las ballenas estaban al borde de la extinción y el recurso se volvió demasiado caro, lo reemplazamos con el queroseno. El oro negro seria el combustible ideal hasta que años más tarde surgiera la electricidad… Cabe esperar que, como ya ha demostrado la humanidad y el progreso científico, descubriremos nuevos materiales y nuevas formas de extraerlos de manera eficiente. O nuevos frentes…

Y es que los países del mundo entero ya se han lanzado a la búsqueda de metales raros en… el fondo del mar. En los últimos años, la autoridad internacional de los fondos marinos se ha visto inundada de demandas de permisos de exploración. El grupo canadiense Nautilus está a punto de lanzar sus operaciones en Papúa Nueva Guinea. China ha diseñado sumergibles capaces de explorar el fondo del océano a profundidades record. Francia lleva años extendiendo su territorio marítimo mediante el derecho internacional y cuenta ahora con el segundo territorio marítimo más grande detrás de Estados Unidos. Y cada vez más países reclaman la extensión de su zona económica exclusiva: Canadá, Dinamarca, Rusia, Japón, Somalia, Costa de Marfil… Incluso China ha ideado nuevos trucos y edifica islotes artificiales para reclamar los fondos marinos de alrededor. Durante los últimos 60 años, el 40% de la superficie de los océanos se ha adjudicado a algún país y un 10% extra está siendo objeto de peticiones de extensión. Podemos alegrarnos por el hecho de no haber derramado una sola gota de sangre en la más extensa campaña de apropiación de territorio de la Historia; o bien podemos llorar por la mercantilización del fondo oceánico y su futura explotación que sin duda alguna destruirá parte de ese santuario y de sus ecosistemas.

Más inverosímil puede parecer la batalla que se juega en las estrellas. En 1967 el primer tratado internacional del espacio declaraba que las zonas situadas a partir de la capa de ozono constituían un bien común de la humanidad. En 2015 por primera vez un texto legal estadounidense reconocía a todo individuo el derecho de poseer, apropiarse, transportar, utilizar y vender cualquier recurso espacial. Fue entonces cuando el capitalismo americano comenzó a poner precio a los asteroides. Con la seguridad jurídica asegurada por el presidente Obama, ya podían desarrollarse sin miedo las mineras espaciales en la Silicon Valley. Evidentemente, todavía falta para que extraigamos metales raros de los asteroides debido a sus costes prohibitivos, pero el huevo de esa industria ya se ha resquebrajado.

Irónicamente, el nuevo proyecto común de la humanidad que consistía en reducir el impacto del hombre en los ecosistemas y respetar el medioambiente nos ha llevado a aumentar nuestro dominio sobre la biodiversidad y la naturaleza. Queda por ver si sabremos gestionarlo pacífica y respetuosamente.

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